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19 de mayo, 2014 - Otros

¿Irías al cine con Maquiavelo?de Pablo Iglesias Turrión

Sin duda deberías hacerlo si no quieres creerte esa película tan repetida de que la política es un asunto que solo compete a «los políticos» y que tiene que ver con que ellos se pongan de acuerdo. El consejero florentino siempre lo tuvo claro: la política es un campo de batalla social por el poder. Es por eso por lo que se le tiene tanto miedo, porque Maquiavelo nos ayuda a conocer la verdad sobre el origen del poder y las formas para alcanzarlo y mantenerlo. Él fue el primero en decir que el poder es, antes que nada, una relación social y un conjunto de instrumentos de producción de hegemonía ideológica de un grupo contra otro. Junto a otros malditos como el Marqués de Sade, Hobbes, Lenin o Schmitt, Maquiavelo sigue siendo una influencia –que algunos considerarían demasiado peligrosa– para aquellos que quieren entender y practicar la política desde el antagonismo.Este libro quiere ser un homenaje a esas amistades políticas peligrosas. Por él desfila una selección de malvados profesores cuyas enseñanzas usare-mos para analizar varias películas. Con ellos estudiaremos cuestiones como la nación y la memoria histórica, la violencia política, el colonialismo, la posmodernidad capitalista en América Latina, el género y el feminismo. Aquí el cine no es solo un entretenimiento intelectual, sino un medio para hablar de la política como la entendía el consigliere del principe, esto es, como la ciencia del poder.

El grano de la voz entrevistas a Roland Barthes 1962-1980

El grano de la voz reúne entrevistas concedidas por Roland Barthes desde 1962 hasta su muerte, en 1980, y realiza “una puesta en escena” de ideas, redes de lectura, desarrollos y combates de una poética teórica tan voluptuosa como subversiva. A lo largo de los textos Barthes discurre sobre la fotografía, el cine, sus hábitos de pensamiento y escritura, el haiku, Japón, los intelectuales, la crítica, la moda, la literatura de vanguardia. La anarquía de esta enumeración es sin embargo engañosa, porque Barthes argumenta con limpidez sus posiciones y esclarece conceptos, y en cada comentario se advierte su agudeza incomparable para desentrañar los discursos, los signos, los sentidos. No es exagerado decir que el libro puede abrirse al azar y que el encuentro fortuito con una frase o un párrafo cualesquiera se convierte en breve iluminación.

Sentía uno que Barthes podía generar ideas acerca de cualquier cosa. De ponerlo ante una caja de cigarros, se le ocurrían una, dos, muchas ideas: un pequeño ensayo. No era cuestión de conocimiento, sino de estar alerta, una transcripción minuciosa de lo que podía pensarse acerca de algo, una vez que nadara en la corriente de su atención. Siempre había alguna fina red de clasificación en que pudiera apresarse el fenómeno. Todos sus escritos son polémicos. Pero el impulso más profundo de su temperamento no era combativo. Era celebratorio. Fue un taxonomista del júbilo y del juego más serio posible de la mente. Era irresponsable, juguetón, formalista; hacía literatura en el acto de hablar de ella.
Susan Sontag, “Recordando a Barthes”